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Utah es no tener que madrugar, pero hacerlo todos los días para no perderse un amanecer.

Es olor a café aguado y pancakes con bacon y sirope de arce.

Es el polvo en los zapatos, el brillo en los ojos.

Es el silencio que no molesta, todo lo contrario, pero a la vez suena a Led Zeppelin y a todas esas canciones que se escuchan en los sueños. Es una noche de concierto, un festival de verano, la banda sonora de tu vida y, de pronto, vuelve a ser tan sólo el sonido de un pájaro que surca el cielo.

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